LOS MIAUSERABLES
Malviven en las calles gatos transparentes como el cristal. Ignorados se refugian de la lluvia en un derribo o bajo los coches, a veces en su engranaje, buscando calor y hallando la muerte.
Esqueléticos, enfermos, costrosos... conformando una corte de los Milagros desperdigada y paria.
Cuando era niña una tarde volviendo del colegio vi como una vecina fregaba el portal. Me extrañó su diligencia pues era poco hacendosa, entonces caí en que era sangre lo que recogía. En un rincón una pulpa informe yacía cubierta de serrín.
_”¿Ca, pasao?”, pregunté.
_”Ná, -dijo nerviosa- un borracho cá vomitao” y me tapó la vista con su cuerpo.
Mucho después supe que lo que estaba haciendo era ocultar que su padre había matado a un gato a patadas, ayudado con el chuzo de colgar las jaulas. Ese psicópata además pegaba y vejaba a su familia que incomprensiblemente le seguía venerando.
Terminó asfixiado por un cáncer de pulmón liberando al mundo de un ser que sólo dio quebranto al prójimo.
En todo maltratador veo su cara, cebarse con un animal siempre es preludio de avasallar a un humano.
Esta maldad apenas se compensa con buena gente que carga con la responsabilidad de cuidar a los compañeros de planeta. Las instituciones suelen entorpecer su labor más que ayudarlas, ofrecen como “solución definitiva” la creación de perreras donde eliminar a los que “sobran” como tiempo atrás se hizo con personas de “otras razas”.
Hasta se permiten ridiculizar a quienes defienden el mundo animal, tal vez desconociendo que nosotros somos una especie más y que el día que desaparezcan las que “estorban” firmaremos nuestro ocaso.
Boquearemos todos como mi maldito vecino.
D. W.
*Este relato fue publicado en la revista “El Observador” el viernes 31 de enero de 2020.
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