ESTREÑIDOS
Siendo pequeña me asustaba un vecino que cuando se emborrachaba, es decir todos los días, se cagaba en tó lo divino.
Oír un “mecagoendiosyenlapuradelavirgen” me parecía menos grave que las hostias sin misticismo que daba a su familia.
La hija, amiguita mía, decía: “mientras más largue menos pega”.
Por las frases escatológicas “mecagoenlosmenguis”, en tó lo que se menea, en la puta, en la leshequemamaste o la quetandáo, en tu puta nación o la cursi “mecachisenlamar” se ve que somos un pueblo de fáciles digestiones quizá por haber comido poco.
Blasfemar es una forma de rebelarse contra quien manda desgracias pudiendo impedirlas. La vida es dura, se necesita más que dientes para roerla y las palabrotas aunque feas son balsámicas para quien las suelta.
Al ofendido le resulta acicate para desencadenar su ira: “mire osté señó jué lo maté porque se riló en mih muertoh” .
Los vocablos pueden herir como navajas, por eso llamamos “rajar” al criticar.
Qué defecar metafóricamente sobre un Ente virtual lleve a prisión es comparable con dar cancha a los terraplanistas.
Los insultos calman la ira tal los precocinados matan el hambre.
Que una manada de abogados católicos se haya ofendido como pudorosas victorianas del exabrupto manido me da que pensar si la envidia no anda por medio.
La facilidad de otros para la evacuación les recuerda su condición de estreñidos.
D. W.
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