martes, 25 de febrero de 2020

CARNESTOLENDAS

CARNESTOLENDAS    (2020)
El centro anduvo estos días enfebrecido, virus aparte. Por sus calles se cruzaban los primeros disfraces de carnaval con hombres blandiendo capullos envueltos en celofán y bandadas de forofos venidos por la Copa del rey, a pesar de beber a morro. 
Sin olvidar las turbas de los cruceros. Nunca Malaga fue ciudad más abierta de morro.
Ya no necesitamos un periodo fijo de excentricidades, es menú del día. Demasiados llevan todo el año la máscara puesta, a saber si por perfidia o como escudo.
La iglesia fijó en esta época, coincidiendo con la renovación de la vida, un periodo de desmadre, una válvula que eliminara presión y finiquitara con la imposición de la ceniza agorera para seguir asustándonos. 
Anarquía fungible.
Las alumnas de colegios monjiles pensaban que era polvo de sores muertas, lo que daba morbo a la humillante ceremonia. Otras, más prosaicas, las ubicaban en el cenicero del cura. La verdad decepcionaba: son cenizas de las palmas paseadas el último domingo de Ramos.
Pero pecar es estar viva y justifica ferozmente los terrales del infierno, “¡pequemos, pequemos, que ya purgaremos!”. Aquí o más allá.
Jugar a ser cualquier otro revela la necesidad de mudar pellejo   como la serpiente para seguir creciendo.
El cangrejo ermitaño, nada más nacer, se protege el abdomen con una concha y la cambia cuando encuentra otra que oculta mejor su debilidad.
Los humanos, cuando la piel nos limita, buscamos cuerpo ajeno que colonizar. 
Carnaval, carnaval.
D. W. 
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 21 de febrero de 2020. 

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