EL GUARRILLO DEL ABATE
El almanaque marca 17 de enero festividad de San Antón, protector de los animales, día en que se acostumbra llevar a bendecir a las criaturas no humanas que conviven con nosotros, pidiendo para ellas salud y que nos acompañen muchos años, aunque el santo no distingue entre especies, todas caben en su abrazo.
Antón vivió en Egipto, sobre el año 300 (d. C). Era la suya una familia adinerada por lo que su sustento y un futuro fácil, lleno de comodidades, le esperaba. Sin embargo, contaba veinte años cuando sintió la pulsión de desprenderse de las riquezas, decidiendo fortalecer el ascetismo viviendo en un sepulcro.
“Es más libre quien nada tiene” -decía.
Cuenta su hagiógrafía que entabló amistad con los animales, aprendiendo a comunicarse con ellos y que un cuervo le proveía de frutos. Así iba manteniéndose sin necesidad de comerse a las criaturas que confiaban en él.
Lo imagino rodeado de animalillos, dándole calor por las noches, tomando como divina enseñanza su entrega desinteresada.
Según la leyenda, dos leones le ayudaron a enterrar a Jerónimo de Estrión, por eso es también patrón de los sepultureros.
Su iconografía lo representa siempre con una jabalí a sus pies. Se dice que el animal le estuvo eternamente agradecida porque curó de una fea herida a uno de sus cebones.
San Antón hizo del bosque su morada y ninguna fiera osó jamás dañarlo.
Observando las plantas descubrió remedios para muchas afecciones siguiendo el mandato de Jesús de ayudar al semejante. Así halló el origen del ergotismo, un cruel padecimiento que gangrenaba las extremidades hasta desprenderlas del cuerpo, causado por la ingestión de pan de centeno infectado del hongo llamado cornezuelo. Los sanados le correspondían regalándole ropa para cubrirse. Él aceptaba con agradecimiento sólo las más humildes y que le fueran precisas.
Anton amaba a los cerdos. La costumbre de cebar un guarrillo entre todo el pueblo para después rifarlo y comerlo fue un invento posterior de los curas para engordar su bolsa.
El santo eremita se revolvería en su tumba viendo terminar a sus compañeros en el caldero.
“Hasta San Antón, pascuas son” dicen en muchos pueblos, enlazando así las dos fiestas. En su honor se bautizaron las famosas rosquillas que llevan su nombre. Por supuesto no se preparan con ingrediente animal alguno, solo harina, agua, sal y “creciente divina”, porción de la misma masa guardada de un año a otro.
Hoy los etólogos confirman que los cochinos poseen tanta inteligencia e inocencia como un crío de cinco años, así lo corroboró quien nos ocupa.
Y un santo jamás se equivoca.
D. W.
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