martes, 3 de diciembre de 2019

LO MÁS SIMPLE

LO MÁS SIMPLE 
En cuarenta años de matrimonio nunca habían viajado en grupo, siempre solos en coche propio. Ya edad y reflejos no casaban. 
Les asignaron asientos detrás del conductor que parecía ser, paradoja, mayor que ellos.
A la vez que manejaba iba ilustrando el paisaje. Su discurso era ameno, no parecía repetido mil veces. Lo mechaba con anécdotas y chistes blancos.
Bajaron por una cuesta empinada y pedregosa, llena de zarandeos pero nadie protestó, hechizados por los inquilinos del altavoz, una guitarra con cantaor en estado de gracia.
La jubilada lagrimeó con la copla pero disimuló, su marido detestaba la exhibición de tales debilidades. 
Pararon para admirar flores efímeras, estatuas inmortales, pájaros y niños componiendo la sinfonía de la vida.
Se cruzaron con el chofer. 
_”Disculpe señora, ¿que champú usa?” fue la desconcertante pregunta. 
_”Pues el más barato del super... no vale la pena gastar más” contestó rebajándose como tenía costumbre. “¿Por qué?”.
_”Porque huele rico”. 
Ella se azoró. Su marido puso mala cara. “¡Tendrá poca vergüenza el tío, y en mi jeta!, le dijo a ella después.
_”Ahora me cambias el asiento”
_”Pero es que me gusta ir en ventanilla...”
_”¡Pos ta guantas!, que me huela a mi si tiene cojones!”.
No fue posible el cambio por no caber las piernas masculinas,  tan cercana  estaba la butaca a la del conductor. La fémina al ser  menuda se acomodaba en cualquier parte. 
Pasaron todo el trayecto mudos, ella con el parapeto de un libro, la lectura abandonada mirando de reojo el escaparate rodante tras el que se mostraba la ciudad.
Él enfrascado en el móvil y con la barba cepillando la moqueta.
La señora sentía que era bonito oír halagos, sobre todo de quien nada va a ganar con ellos. La amabilidad es el mejor bálsamo inventado. 
Al llegar al hotel el marido anuló el resto del viaje, las maletas regresaron sin deshacer.
D. W.  

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