GENIO Y FIGURA
Con cinco años ya robaba cigarros a su padre, fumándolos con la misma fruición que los otros críos chupaban caramelos.
Papá era de correa fácil y tenía para todos. Se pasaba la vida escapándose para ratear, devuelto a casa por los civiles. El patriarca lo dejaba medio muerto a palos, amarrado a la pata de una cómoda “ para que aprendiera”.
No olvida las lágrimas de su madre suplicando por él.
Así hasta que lo llamaron a quintas. Desertar en el 45 le costó años de talego. Enchironado halló la libertad.
Lo hicieron cocinero. Tenía buena mano y mala praxis, si la leche se iba la devolvía a la olla escurriéndola con la bayeta de limpiar las hornillas.
Al soltarlo delinquía para volver. No se sentía preso sino útil.
Salía los sábados a gastarse la paga donde la Posá la Guarra, en putas y vino. Cuando no podía salir tomaba vinagre y Varón Dandy, bajo sus efluvios le tatuaron a lo vivo una bicha en el pene.
La amnistía general del 77 le hizo un pie agua, teniendo la edad del Quijote se buscó la vida a mordiscones a pesar de quedarle pocos dientes.
Borracho y con dinero perdía cartera y boca. No murió de puñaladas porque San Rorro debía protegerle. Dejó la bebida un día harto de querida tan ingrata.
El tabaco le arrancó una pierna dejándolo como saltamontes cazado por gato. Pasó dos años en la cama del hospital, amargado y amargando, condenándose a una silla de ruedas.
Ni se casó ni tuvo hijos, piensa que así no jodío la vida a nadie.
Recuerda una novia llamada Aurorita, “era una zorra, me dejó por un minero que le salió boxeador” cuenta con los diminutos ojos centelleando.
La verdad es que le regaló un collar robado. La vergüenza de ver registrada su casa la alejó de él.
Su hermano le buscó una residencia bien lejos para justificar la poca visita. Van en Navidades y se pone tan contento como el perro de un Refugio.
Tiene 94 años y lleva seis allí, los primeros rebelándose. Se cagaba y meaba encima solo por fastidiar.
La sagaz directora hizo como el alcaide, darle un cargo, así cree que sigue mangoneando.
Tiene permiso para abrir al panadero, carga el saco de pan sobre sus piernas muertas y lo reparte en las mesas del desayuno.
Vista gorda piadosa a quien ha vivido dando tumbos y sabe que solo saldrá con la pantufla por delante.
Solo se encabrona si le quitan el fumar, por salud lo tiene racionado y mira el reloj para no perder ninguna toma, pide encendedor a la auxiliar aunque lleva cuatro a retortero, que alquila a cambio de más cigarros.
Disfruta incordiando, da la mano para saludar y la retira, enseña a los niños el feísimo muñón, se ríe de los Alzheimer. “Están chalaos” dice dándole vueltas al dedo índice sobre su sien derecha, mirando hacia arriba.
Con su paguilla contrata a uno que lo saca de vez en cuando “para perder de vista a estos bultos”.
Mata el tiempo enseñando a los otros manualidades aprendidas en la cárcel o viendo al Pegamento que empareja impares.
Seguramente al ver aparecer a la Huesuda le dirá con chanza:
“Señá Muerte...llévate al majarón de enfrente”.
Dela Uvedoble
*Este relato fue publicado por la revista “EL OBSERVADOR” el viernes 29 de noviembre de 2019.
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