DIENTES, DIENTES
Cada viaje al pueblo le costaba al menos tres berrinches, dos sollauras y un moratón.
Niña de ciudad acostumbrada al asfalto siempre acababa rodando por las cuestas a pesar de las suelas de tocino o los gorilas.
Lo peor eran sus primas. Tres salvajes hijas de la gran Pura, su tía, que le hacían la estancia imposible.
Se reían de ella cuando iban a coger fresillas silvestres y no cataba ninguna. El trio diabólico las engullía conforme las iba encontrando. Al verla “in albis”le preguntaban,
_”¿Quiere lah mía?”
_”Si” decía la inocente.
_”¡Pos tomalah!” Chillaban mientras se las restregaban. Su madre al verla pensó que le habían desbaratáo la cara.
_”Coza de cría”, decían los mayores. Pero a la mamá le sentó aquello como una patada en el mismísimo.
También gozaban esas creaturas der señó encerrándola en la nasa de los pavos. Estos, tan altos como la chiquilla, la acorralaban a picotazos, atraídos por la hebilla de sus sandalias.
Salía de allí como un colador.
_”Coza de cría”, volvieron a decir.
O la llevaban al patinillo a ver los gazapillos, “verá que bonico son, parecen gatilloh”. Lo que encontraba eran conejos desnucados, moviéndose aún, esperando ser despellejados para el arroz.
A los gritos de angustia ya no pudo contenerse su madre.
_”¡Por Dio Pura, regáñale a tuh sijas que no paran de meterse con la mía!”.
_”Coza de cría” remarcó. “Se tié que espabilá que la tiene mu enmadraaá”.
La siguiente visita fue a la viceversa. Las cafres arribaron a la capital. Endomingadas iban y con zapatos en vez de chanclas, se notaba que a disgusto.
Tenía la niña una vecina a la que llamaba Tata. A ella le había contado el infame trato de las catetillas. Al liquindoi estaba.
Muy formalitas se hallaban merendando macetas de merengue cuando Tata Emília entró a saludarlas. Situándose tras su protegida dijo a las otras.
_”Que no me entere yo que volvéi a embromá a mi niña”
_”¿Nosotraaaaa?.
_”Vereí... cuando me enfado mando a mi diente a mordé. Muerden hasta que no quean má que lo hueso y si zon canne tienna mejó que mejó“.
Las insurrectas reían.
_”Loh diente no tienen patah”.
_”Pero vuelan. En cuanto leh dé un soplío lo tenéi encima pegando bocao . Vai a vé”.
Ni corta ni perezosa metió sus dedos hasta la campanilla, sacándose la dentadura entera y mostrándola, descarnada y húmeda, en la palma de la mano.
La visión de la boca horrorosamente deformada, negra y terrible, con saliva brillando en las comisuras era terrorífica. Profirió con voz cavernosa el encantamiento:
_”Diente, diente, que lah niñah oj alimenten”.
Las fieras echaron a correr en atropello, espantadas. Invocando a su madre, balbuceando que una bruja se las quería comer.
La Pura llegó corriendo muy subida, pidiendo explicaciones.
_”Cosa de críah” dijo Tata Emília beatíficamente dedicándole la mejor de sus nacaradas sonrisas.
Dela Uvedoble
*Este relato fue publicado por la revista “EL OBSERVADOR” el martes 10 de diciembre de 2019.
El relato ilustra cómo la imagen dental puede influir en las interacciones sociales. Una clínica de estética dental podría mostrar cómo una sonrisa sana puede cambiar percepciones y experiencias personales.
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