GATOS, PIEDRAS Y OUZO
El avión sobrevolaba en círculos la ciudad como si fuera un mosquito pensando en cómo atacar un plato de fruta madura. Una tormenta cubría con nubarrones a Atenas y no dejaba aterrizar ni al propio Hermes, el de los pies alados, si se lo hubiese propuesto. Tras media hora de vueltas, saltos y algún gritito, al fin pudimos tomar tierra. Yo, siendo miedosa para conducir, no experimento ningún temor en los aviones. Creo que de entre las personas en cuyas manos dejamos cada día y sin pensar nuestra vida (médicos, niñeras, cocineros) las de los pilotos son las más fiables.
Gracias a esa lluvia la ciudad se presentaba rozagante y pecosa de charcos, ya tomada por la noche, pues el sol da la espalda a los viajeros que van hacia el Este.
Desde la terraza del hotel ya había visto la figura del Partenón iluminado, pero llegaba la hora de mirarlo cara a cara. La llegada a la Acrópolis fue emocionante. Aún siendo apenas las ocho de la mañana ya nos habíamos reunido allí un buen número de viajeros. Nos tocó en buena suerte una guía pizpireta. La primera parada fue en el teatro donde la leyenda dice que tuvo lugar la primera actuación escénica del mundo. No hay que explicar que en toda Grecia mito y realidad se aúnan formando la historia. Sea como fuere en ese lugar hoy vive Drama, una coqueta gata gris de pelo largo, que hace honor a su nombre. Bajo el sol y encima de las gradas, muestra a sus espectadores la altivez felina de su talento para acicalarse.
El Partenón deslumbra. Sus ocho columnas y la gracia de sus proporciones lo hacen parecer menos macizo, diría casi etéreo. Con el cielo azulísimo de Grecia por fondo se me antojó recortado del libro “Maravillas de la antigüedad” que yo releía sin cesar siendo niña y adolescente. Aún no era consciente de estar frente a él, pero las Cariátides que sostienen el pórtico del vecino Erecteión me lo confirmaron. Ellas son copias, las verdaderas se encuentran abajo, en el muy recomendable Museo de la Acrópolis, bueno, solo cinco de ellas. La sexta se halla solita en el British de Londres, junto a una infinidad de tesoros arqueológicos expoliados (es sabido que, estando lleno, lo único inglés que hay en el Británico es el pudín reseco de su cafetería) Me fijé en los peinados de estas danzarinas sagradas, llegando a la conclusión de que las muchachas griegas de hace dos mil quinientos años gozaban de una mata de pelo envidiable, tal es el grosor de sus trenzas magistralmente trabajadas en ondas, diferentes en cada una de ellas. Eso o que ya tiraban de extensiones capilares.
Las mañanas en Atenas son para callejear por el “mercado de las pulgas” y los portales del barrio de Plaka convertidos en tiendas. Allí se pueden encontrar joyas, piezas de plata con piedras semipreciosas a buen precio y mejor diseño, bajo las miradas de ciento de millones de ojos mágicos que prometen proteger del mal de ídem, semejantes a los que adornan la proa de las antiquísimas embarcaciones malagueñas llamadas jábegas. Las visitas a lugares descubiertos como el Ágora o el Panathinaiko es mejor reservarlas para horas en las que el sol sea más misericordioso. Me lo aconsejaron los gatos que pululan entre las ruinas y a los que los helenos tratan como a dioses. Sin tener hogar, los felinos se consideran propiedad de todos. Se les construye refugios, se les castra dejando una leve marca en su oreja y por supuesto se les alimenta. No faltan cuencos con agua en todas partes, ciertos de que jamás un griego los pateará como es común hacerlo en otras partes del mundo entre las que España se encuentra. Los felinos entran y salen de las tiendas y los comerciantes les sirven pienso y los saludan de la forma más cariñosa que un humano puede comunicarse con un animal. Es pura simbiosis, conmovedor ver como hasta el más humilde vendedor de tenderete que pasa doce horas en la calle para sacarse unos pocos euros y poder sobrevivir comparte con ellos el gyro del almuerzo. Porque un gato griego es un Dios desahuciado del Olimpo, pero con su dignidad intacta. Al igual que sus compatriotas humanos saben de crisis y de penurias, lo dicen sus carnes magras y sus ojos de filósofo, entre tristes y sabios, entornados por la fuerte luz de Atenas.
Cuando la gazuza aprieta nada más fácil que sentarse a aflojarla en uno de los restaurantes locales. La comida griega es gustosa, sencilla y sana. La única gente con sobrepeso son los turistas. El local suele tomar de refrigerio fruta de la estación, rajas de coco o pequeñas roscas de pan vendidas en puestecillos callejeros. Solo vi un McDonald y estaba en las afueras, yendo al aeropuerto. Los precios, en general, son más sensatos que en el resto de Europa. Por la noche es costumbre acompañar la cena con música en vivo por un suplemento en la cuenta de entre tres y cuatro euros. Música alegre que contagia a los comensales de ganas de vivir y de bailar imitando a Anthony Quinn, pero con menos salero. En este país no he tenido problemas para alimentarme. Siendo vegana es complicado a veces, pero allí pude tomar empanadillas de espinacas o hinojo, ensalada griega apartando el queso feta, dolmades (hojas de parra rellenas de arroz especiado) y unas bolas de calabacín frito con sésamo. También hay bastantes establecimientos veganos en los que probé platillos griegos típicos, pero sin carne de res ni cordero, sino con una proteína vegetal: musaka, gyo y kebab. A destacar que sirven, nada mas sentarte y aunque pidas bebidas, enormes vasos de agua fresca como cortesía y también para acompañar al ouzo, un aguardiente ligeramente anisado, imprescindible en el aperitivo de los helenos. En el país de las seis mil islas aún perdura una atmósfera provinciana, dicho este apelativo despojado de su connotación peyorativa. Me recuerda a la Malaga de mi niñez, llena de comercios particulares en los que se trataba con el propietario. Tiene la ciudad un aroma solo percibido por quienes hemos tenido la suerte de vivir en la autenticidad.
Tras la comida, si la siesta está fuera de tus planes, lo mejor es tomarse un café griego si no te dan grima los posos. Recuerda pedirlo con tres cucharadas de azúcar porque está bastante amargo y se endulza durante su preparación en puchero. Espeso y negro cual melena de musa, te despejará para poder disfrutar de los museos, aprovechando las horas de insolación puesto a resguardo. Si te gusta la opera no te prives de ir al de “María Callas”. Yo hubiera pasado allí toda la tarde porque poseen multitud de grabaciones originales para gozarlas con auriculares. Podrás admirar sus trajes, las partituras, sus gafas llenas de glamur…y mirarte en el espejo donde se maquillaba y que probablemente tantas veces la vio llorar. Desafortunada fue en amores, pero bendecida con una voz que le ha valido la inmortalidad.
Los sábados y domingos por la mañana se celebra la liturgia en las iglesias ortodoxas. Es gustoso entrar en ellas, se asemejan a un joyero. Imbuidas en un horror vacui entrañable, doradas como la envoltura de un bombón, hundidas respecto al nivel de la calle pues todas tienen más de mil años, invitan a entrar y prender una vela pidiendo favor para nuestros seres amados, tengan dos o cuatro patas. Soy agnóstica, pero me impresiona el fervor con el que hombretones hechos y derechos se persignan tres veces ante los iconos, besándolos después. Terminado el culto, dejan en la puerta una canasta llena de albahaca u otra hierba aromática bendecida. Yo, ignorante, no me atreví a llevarme un manojito, pero al ver como los fieles lo hacían, tomé una hoja y la guardé en el pecho.
Los sacerdotes ortodoxos visten su habito talar negro y un sombrero alto y redondo hasta en la calle. Coincides con ellos en todo lugar y en el metro suelen ir ensimismados con el móvil. La modernidad dando su mordisquito a la tradición.
En la plaza Sintagma se alza el monumento al soldado desconocido, custodiado las veinticuatro horas por sus compañeros. Es una imagen muy típica la de estos soldados ataviados con unos zapatones terminados en pompón, ejecutando una especie de danza en honor al fallecido en combate. Si quieres verlo al detalle puedes ir a partir de las once de la noche. El rito es igual de ceremonioso y hay poca gente. Cada hora en punto se hace el relevo. Durante la guardia se les prohíbe hablar y moverse. Tienen siempre cerca otro militar pendiente de ofrecerles agua. Solo les esta permitido comunicarse con pestañeos.
Esta icónica plaza ha sido testigo de la moderna historia de Atenas, la declaración del país como república y las protestas por los recortes de numerosas crisis. Es inolvidable la desastrosa del 2008, cuando un profesor jubilado se inmoló por la rabia de no poder vivir con su exigua pensión después de trabajar durante más de cuarenta años. Aún hay barrios a los que es mejor no acercarse si eres extranjero. Cuidado de reservar allí el hotel, son buenos, pero por ese motivo están más baratos. La drogadicción ha hecho estragos y la mendicidad es frecuente, incluso utilizando críos de pecho. Preguntado el guía por esto, arguyó que solo la ejercían los gitanos, a los que el gobierno deja por imposibles, permitiéndoles tener a sus niños sin escolarizar y estar exentos de problemas por ello, algo que en la España actual es impensable. Eso sí, hasta el mocoso que no levanta un palmo sabe tocar un instrumento y lo hace magistralmente sacándose un dinerito. Es un espectáculo oírlos y la gente se suma a ellos aplaudiendo y cantando. A pesar de ser chocante e injusto resulta magnífico pues son genialidad pura. He visto a la policía reírse de una gitanilla a la que habían levantado del escalón se una tienda pija del centro, porque ella les respondió con un corte de mangas la mar de garboso. Porque esa es otra, si ves policías pertrechados como artificieros por las calles ricas de Atenas, no te preocupes: no es que pase algo es para que no pase nada. Atenas, cuyo nombre viene de la poderosa diosa Atenea, vive hoy supeditada al turismo, aunque este sea en buena parte cultural, y debe proteger a quienes pagan.
La última noche hicimos un viajecito en barco para ver el atardecer, lo que resultó imposible porque, al igual que el día del arribo, se nubló y la mar anduvo picada. Yo, influenciada por tanta leyenda, di en arrojar por la borda un poco de mi vino, al puro estilo de Santa Elena entregando al mar uno de los clavos de Cristo, pero como ofrenda a Neptuno. No pasaron ni dos minutos del gesto cuando las aguas se calmaron, pudiendo disfrutar del resto de la travesía y del piscolabis de fruta, canapés y encurtidos. El patrón liberando el ancla, dio licencia a quienes apetecieron bañarse en el Egeo bajo una luna crecedera. Quién quiera creer, que crea.
Sin darme cuenta llegó el día de partir. Mi avión salía casi de noche, así que aproveché la jornada yendo a visitar la que se presume como prisión de Sócrates, tres rejas excavadas en una colina frente a la Acrópolis, tras las que se supone vivió sus últimos días antes de ingerir la cicuta. Hubo lugar también para recorrer las tiendas por si encontraba algo deseable y apartado de lo tópico. El día antes había visto un anillo de turquesa combinado con una media luna creciente de plata y un lucero de madreperla. Y me enamoré. La joyera me hacía precio si lo pagaba en cash, pero me estaba muy grande. No problem -dijo- asegurándome que, al ser taller, me lo podían achicar. Y cumplieron con lo dicho. Salí de la tienda luciendo el anillo que llevaba siglos buscando sin saberlo, después de acariciar a dos gatos adormilados cerca del mostrador, a los pies de una matriarca que bendijo la venta con aires de deidad antigua.
Lo que de ninguna manera me rebajé a comprar fueron penes. Si, han leído bien. Allí el atributo masculino es símbolo de buena suerte y se vende como llavero. Con sinceridad, no vi a ningún nativo con tal “adorno”. Si bien es cierto que hace dos milenios se procesionaba un falo gigante durante las fiestas en honor al dios Baco, hoy han quedado para broma chusca. Los fabrican en colores vistosos, disponibles en varios tamaños, desde picha-gato a dildo prodigioso. Por eso sí algún conocido va a visitar Grecia, le encargáis un recuerdo y os responde con un te voy a traer una polla como una olla, no lo tachéis de grosero y daos por correctamente regalados.
Me gustaría despedir la crónica con alguna palabra griega, pero apenas aprendí a saludar con kaliméra y kalispéra, y a pedir las cosas palakaló, descubriendo una lengua preciosa, con cinco vocales rotundas como nuestro español. Por eso mi inglés de parvulario pareció crecer y entendía más que otras veces. Al fin, siendo malagueña, debo tener gotas de sangre fenicia y ambos pueblos compartieron mitos e historias, pudiéndose decir que fueron casi parientes. He vislumbrado rasgos de mi hijo en los rostros de los jovenes griegos. Es muy bello descubrir que también pertenezco a la tierra donde nacieron la filosofía, la ética y la democracia, madre de los pensadores que empezaron a imponer la razón y la lógica frente a las supersticiones. Atenas es la ciudad donde Saulo predicó en la colina de Areópago, sobre el Ágora, el evangelio de Jesús resucitado, termino que conquistó a muchos de sus ciudadanos pues lo interpretaron literalmente. La mezcla de todo esto es la cultura por la que aún se rige Occidente.
Dela Uvedoble
Septiembre de 2024